lunes. 29.04.2024
CRÍTICA LITERARIA DE JOSÉ PALLARÉS MORENO

'República, exilio y poesía', de José Jurado Morales

Con el subtítulo La memoria rescatada de Gonzalo Martínez Sadoc,  José Jurado Morales ha publicado un libro que recobra la memoria literaria y vital de un autor olvidado y oculto y, a través de ella,  de toda una época.
José Jurado Morales

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Narrativa | JOSÉ PALLARÉS MORENO 

El profesor Jurado Morales nos presenta bajo el sugerente y acertado título de República, exilio y poesía un acercamiento a la figura y obra de Gonzalo Martínez Sadoc, un nombre probablemente desconocido salvo para sus allegados, para sus vecinos y compañeros de trabajo y fatigas a lo largo de su vida y, desde luego, para sus paisanos sanluqueños. Podría parecer un título excesivo, pero no lo es pues la vida de este ciudadano normal está marcada por su pasión y compromiso republicanos, lo que desgraciadamente conllevará su exilio en México tras finalizar la guerra civil, y por su vocación literaria. Así, rescatar la memoria de Gonzalo Martínez Sadoc no es posible sin atender a esos tres conceptos (república, exilio y poesía) que dan título al libro. Frente a la historia centrada en los grandes nombres, José Jurado sabe que nunca podremos hacernos una idea cabal del devenir histórico sin atender a los acontecimientos y a las figuras que ni alcanzan ni en muchos casos pretenden alcanzar un papel protagonista. Es el caso de don Gonzalo, un ciudadano normal, eso sí, comprometido con su tiempo, cuya vida se imbrica profundamente con la historia común de cientos y cientos de españoles que vivieron esos años llenos de ilusión y drama: 

“Me quedé más pegado aún –escribe JJM‒ al imán de aquel anciano con el que me crucé varias veces, siempre con el porte de un hombre trajeado y siempre con unas gafas grandotas y con armazón de pasta, propias de los años ochenta. Un hombre común, sin fama, sin un nombre escrito en los anales de la historia. […] Hablo de un hombre común que afronta varios episodios extraordinarios guiado por la brújula de sus convicciones. Hablo de un hombre corriente, que presenta el atractivo de que su historia minúscula se inserta en la historia mayúscula del siglo XX.” (P. 13)

Dicho esto, añadiré de entrada que JJM nos regala con esta obra mucho más. Leyéndola asistimos a los avatares que conlleva toda investigación rigurosa: las dificultades, las dudas, las lagunas, las ventanas que se van abriendo… El autor no oculta su sorpresa ante la lectura de tal o cual documento, ni su fracaso por no haber encontrado un dato que le importaba, ni sus dudas sobre lo acertado o no de su enfoque. En este sentido la lectura de este libro me parece absolutamente recomendable para cualquiera que esté iniciando su actividad investigadora. Frente a la seguridad impostada de quien ofrece sus conclusiones sin indicar el proceso por el que ha llegado a ellas, el autor nos sitúa en el ámbito de su laboratorio (el archivo, la prensa de la época, la entrevista o los mensajes de correo intercambiados con quien puede facilitarle algún dato, la lectura directa y atenta de las obras, las declaraciones del personaje sobre el que trata la investigación, las de sus amigos y conocidos, etc.) y, como a él, a los lectores se nos van abriendo los resultados. 

El lector encontrará en la obra numerosos ejemplos en los que el autor muestra su proximidad a ese personaje que le vino por sorpresa

Encontramos además algo enormemente significativo: la objetividad inherente a la investigación rigurosa se ensambla de manera armónica con el tono subjetivo presente desde la primera línea. Es la primera persona, el yo del investigador, la que nos habla y se sincera hasta mostrar su voluntad de ir construyendo una suerte de autobiografía a la vez que elabora la biografía de su personaje: 

“No soy localista, pero […] me he sentido en deuda con mis raíces y, cada vez que puedo, me doy a la investigación y reflexión sobre las mismas. Las busco y voy tras ellas como modo de encontrarme a mí mismo en el fluir de los tiempos, las mentalidades, las sensibilidades y las ideologías. ¿Qué queda de ese pasado colectivo en mí, me pregunto? […] Los últimos meses los he dedicado a saber de alguien a quien no traté, pero que de algún modo ha aportado su tesela en el mosaico de mi persona.” (Pp. 12-13)

Esta voluntad permite al autor interferir en el relato dando su opinión sobre los acontecimientos que presenta y leyéndolos con las claves de nuestro momento histórico, sin que eso resulte en absoluto enfadoso para el lector. 

El libro está dividido en veintiún capítulos, precedidos de una presentación, y un apéndice que contiene una breve y acertada muestra de la obra poética de Martínez Sadoc. Los cinco primeros capítulos se centran en los años de infancia y juventud en Sanlúcar; los cuatro siguientes del traslado al Madrid en los años de la República, de los años de la Guerra Civil en distintos escenarios y de la salida de España y exilio en Francia; siguen otros cinco capítulos dedicados a la suerte de los hermanos de don Gonzalo durante la Guerra y bajo el franquismo (una de esas ventanas que se abren y que el investigador no quiere dejar cerradas); a partir del capítulo quince se retoma la peripecia del biografiado: su viaje a bordo del Mexique y su exilio mexicano; por fin, los tres últimos capítulos nos hablan de su regreso y de sus años finales en España, hasta que la muerte lo sorprende, en su Sanlúcar natal, el 27 de mayo de 2003. 

  1. UNA VIDA MARCADA POR LA POLÍTICA

Para construir este relato de la vida de GMS, el autor se ha documentado con rigor (basta echar un vistazo a las páginas de bibliografía finales), pero se ha alejado de cualquier tono académico al uso. Leemos la vida de alguien nacido en el seno de una familia bien acomodada (de ahí su “tenue perfil de señorito”) en la que respira desde chico los valores republicanos. Estos valores serán el eje de toda su vida, en la que observamos una progresiva radicalización que lo lleva desde la Juventud Republicana Autónoma hasta el PCE. Y esto dentro del dramático marco de la España del siglo XX (nace el 22 de febrero de 1908 y muere el 27 de mayo de 2003). Esta vida se lee con interés, acrecentado además porque el autor ha buscado la cercanía humana con el personaje y también con los lectores. Valgan como botón de muestra estas tres escenas inolvidables:

La primera es aquella en la que describe cómo en la finca familiar cada domingo, años antes de la proclamación de la República, su padre y su amigo don Liberato izaban la bandera republicana y daban los correspondientes vivas a la República a los que los niños correspondían alborozados. Así lo recuerda el propio Martínez Sadoc

“No quiero dejar de consignar aquí, como dato curioso, que mi padre todos los domingos izaba en su finca de Miraflores la bandera republicana, y que nosotros, sus hijos, al izarla, dábamos sendos vivas a los que daba a la sazón, con el mayor entusiasmo, don Liberato González.” (P. 20)

La segunda es el momento en que, ya proclamada la República (fue GMS quien, junto a otros republicanos, colocó por primera vez la bandera en el Ayuntamiento de Sanlúcar), ante el boicot de los empresarios que se niegan a comprar a su familia el esquilmo de sus tierras en represalia por la forma tan clara y radical con que expone su visión sobre los problemas sociales y políticos de la ciudad, su madre le dice: “Hijo, tu política nos va a arruinar.” A lo que él responde: “Pues nos arruinamos y tus hijos a trabajar y a ganarse el pan con su trabajo.” No es un farol. Poco después, los hermanos deciden vender todas sus propiedades, trasladarse a Madrid y allí buscarse la vida.

La tercera es la forma en que consigue escapar del campo de refugiados de Saint-Cyprien. A finales de enero de 1939, en Barcelona, dando ya la guerra por perdida, empieza la evacuación. Su esposa y su hijo son trasladados a Ceret, un pueblo francés de los Pirineos orientales; él atraviesa la frontera en un camión de mercancías y, como miles de personas –unas conocidas, otras anónimas- va cubriendo etapas hasta acabar en el campo de concentración de Saint-Cyprien, en unas condiciones espantosas para ellos, de las que dará cuenta andando el tiempo en varios de sus poemas. Valiente y resuelta, su mujer, que hace el trayecto en bicicleta desde Ceret, consigue localizarlo. A la alegría del reencuentro sigue buscar la ocasión propia para la evasión. La forma para llevarla a cabo no tiene desperdicio: con la complicidad de una familia francesa con la que su mujer ha trabado amistad y, aprovechando que dejan entrar en el campo a conocidos y familiares, él se hace pasar por uno de ellos. ¿Cómo? Ha pasado la frontera prácticamente sin nada; solo una pequeña maleta en la que, en medio de tantas penurias, guarda… ¡un traje de chaqueta! Su mujer lo visita y le lleva una camisa blanca y una corbata. Se adecenta como puede y, así vestido, como alguien que ha venido a visitar a uno de los retenidos en el campo, consigue escaparse. Lo salva, en fin, su “tenue perfil de señorito.”

  1. UNA VIDA MARCADA POR LA LITERATURA

Junto a la política, la otra gran pasión de GMS es la literatura. En estos años previos a la proclamación de la República ya escribe en algún periódico madrileño y en la prensa local sanluqueña, especialmente en La Chispa. Semanario de literatura e información, en el que firma con el seudónimo de Tirilla, una serie de composiciones satíricas que después verán de nuevo la luz en forma de libro: Ráfagas (sátiras), publicado en 1928. Será su único libro hasta finales de los 60. Sabemos que en esos años no ha dejado de escribir, sabemos de distintos proyectos literarios, pero nada sabemos de estos escritos. Durante la República sigue colaborando en periódicos como Cristal (Periódico al servicio de la República) Avance. En estas colaboraciones se observa –según señala JJM‒ que “posee una conciencia política, plena y temprana, de la hora que España vive.” (P. 34) 

Mención aparte merece el artículo “Pedro Badenelli en América”, publicado en Cristal y no localizado hasta la fecha. Badenelli, algo mayor que GMS, era también sanluqueño y poseía una sólida formación. Su carrera eclesiástica la desarrolló fundamentalmente en Argentina, donde llegó a convertirse en asesor espiritual del propio Perón, llegando a alcanzar el grado de obispo titular de Caná de la Iglesia Católico Apostólica de Argentina. Pues bien, sabemos del contenido del artículo por la respuesta airada y nada evangélica del propio Badenelli, que JJM transcribe en este libro. Es una respuesta que no tiene desperdicio, pues nos permite entender contra qué tipo de clericalismo se rebelaban anticlericales como Azaña, Marcelino Domingo o GMS, que tenían bien poco de comecuras y mucho de sentido común. En “Clericalismo y anticlericalismo”, también publicado en Cristal, precisa GMS que la palabra clerical se usa en español como sustantivo que “nos sirve para nombrar a aquellas personas, clérigos o no, que defienden a la clerecía dogmática y cavernaria, de una manera impetuosa y desaforada, invocando que la Iglesia y sus ministros son cosa de Dios, y sin tener otras razones verdaderas que la ambición y la conveniencia material. […] De ninguna manera el anticlerical, y ese es el error de muchos católicos, va contra el clero culto y sensato, cumplidor de su deber…” (P. 53) Parece, cuando leemos estas palabras, que estamos escuchando el eco de la carta que Jovellanos dirigió al obispo de Lugo casi dos siglos antes. 

No hay noticia de su actividad literaria durante los años en que permanece en el exilio, aunque es evidente que no ha dejado de escribir. Cuando, en 1968, vuelve a Sanlúcar como turista, se reencuentra con Manuel Barbadillo, algo mayor que él y amigos desde los tiempos de La Chispa. Es el encuentro entre dos amigos, que lo han seguido siendo pese a la distancia temporal, espacial e ideológica. Intercambian recuerdos y poemas. Barbadillo se emociona con la lectura de “Presencia” y gestiona la publicación de Estampas sanluqueñas (1969), libro escrito a lo largo de veinticinco años en el que GMS evoca desde México el mundo perdido de su Sanlúcar natal. 

En 1970 vuelve definitivamente a España y se establece en Madrid, donde viven dos de sus hijos. En 1975 muere su esposa y él decide volver a Sanlúcar, donde se siente respetado y querido. Se integra en la vida social y cultural del pueblo (está por ejemplo en la fundación de la Peña Flamenca Puerto Lucero), participa en numerosos actos y recibe emocionantes homenajes. Su actividad literaria es ahora fecunda: colabora de nuevo con sus “Ráfagas” en El Semanal. Informativo de Sanlúcar, ahora bajo el seudónimo de Juan Barrameda y llega a publicar tres libros de poesía: Amor y cante (1978), Entre la Grama y el Río (1982) y Romances y amoríos(1986), libros todos ellos que, como indican los títulos, forman parte de una tendencia popularista. 

JJM ha tenido el acierto de incluir como apéndice de este libro una breve antología poética, en la que destacan los poemas en los que la experiencia de la guerra y del exilio están más presentes y que son, a su juicio –y también al mío‒, lo mejor de su producción poética: 

“Para mi gusto –escribe JJM‒, lo más solvente y granado de su creación radica en los poemas en los que vuelca su experiencia de la guerra y del exilio. […] Son poemas que le dan un pellizco al lector. Esto me agrada.” (P. 195)

***

Ya adelanté al principio de estas notas que uno de los aspectos que realza el valor de este libro es el de la presencia explícita del autor, que se inmiscuye constantemente en la narración de dos formas: desvelando el proceso de construcción del relato e intentando establecer alguna relación entre lo que narra y su persona, sin eludir la reflexión sobre lo narrado. Leamos algunas de estas intervenciones, tomadas de las primeras páginas del libro: 

“Como él –se refiere a GMS‒, yo vengo del campo, de la viña y de la albariza. Aunque ni mi padre, ni mis abuelos ni mis bisabuelos, y así más atrás en la cadena, tuvieron perfil de señorito, sino cuerpo de jornaleros.” (P. 18)

Y más adelante: 

“La idea de república, como forma de gobierno regida por el interés común, la justicia y la igualdad, los une [a los miembros de la familia de GMS]. Y yo, que nací en el tardofranquismo y he vivido pacíficamente la monarquía con Juan Carlos I y Felipe VI, convengo con ellos en la idea de la república como sistema de gobierno. Por eso, tal vez, me ha resultado grato saber de sus vinculaciones republicanas, muy previas a los años treinta del siglo XX.” (P. 19)

El lector encontrará en la obra numerosos ejemplos como estos, en los que el autor muestra su proximidad a ese personaje que le vino por sorpresa. No puedo, lógicamente, recogerlos aquí, pero sí indicar su función. Ya al final de libro leemos lo siguiente:

“Creo que he escrito este libro por una razón que me sirve de norte en mis días. Me gusta recordarme que, para saber quién soy, debo saber quién he sido y de dónde vengo. De forma que, si he seguido los pasos de Martínez Sadoc, más allá del interés real y objetivo de su trayectoria, ha sido egoístamente para iluminar mi razón de ser, mi ética y mi conciencia de que vengo del siglo XX y de Sanlúcar. […] He entrado en donde no me llaman y he interpretado qué pudo pensar y sentir en los momentos decisivos de su vida. He arriesgado imaginando la reacción anímica de las sucesivas personas que han ido ocupando su cuerpo. Es decir, he ensayado […] Ahora sé más de aquel anciano al que no reconozco en mis recuerdos, ahora estoy menos lejos de saber quién soy y qué sentido va cobrando mi vida. No es poca la recompensa.” (Pp. 204-205)

Vemos que la conocida cita de Montaigne (“Je suis moi-même la matière de mon livre”) que encabeza el libro y que casi sirve de cierre no es en absoluto casual, sino que manifiesta con claridad la voluntad de escribir un ensayo o, por decirlo con palabras de Baltasar Gracián, de discurrir a lo libre. El resultado es este libro poliédrico. Léanlo, que merece la pena. 

República, exilio y poesía, La memoria rescatada de Gonzalo Martínez Sadoc. José Jurado Morales. Renacimiento. Sevilla, 2024- COMPRA ONLINE
 


Foto JPM
JOSÉ PALLARÉS MORENO 
Catedrático de Literatura, poeta y crítico literario

'República, exilio y poesía', de José Jurado Morales