viernes. 17.05.2024

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Hace unos días, en un programa basura que no debería estar en la parrilla de la televisión pública, concretamente Master Chef, los presentadores del programa, los tres en extremo conservadores, faltaron gravemente el respeto a una de las concursantes, llegando incluso a meterse en su vida privada y a descalificar su actividad profesional. Desde el primer día, el programa, que poco tiene que ver con la restauración, quiso escarbar en el mundo de las bajas pasiones, allí donde se mueven emociones que sólo deberían mostrarse en la vida privada. Una selección de concursantes hecha a tal fin, un impulso fanático a la competitividad más cruel, a la delación entre compañeros, a la insolidaridad, a la fortaleza entendida como brutalidad y a la negación de los derechos personales y laborales, ha hecho del programa uno de los más vistos de la televisión, además de enriquecer de modo exponencial a sus productores y presentadores.

Master Chef es la cocina lo que Jordi Cruz a la educación. Y es que, desde hace décadas, desde que las redes sociales llenaron -como decía Umberto Eco- las pantallas y los móviles de imbéciles diciendo imbecilidades, la mala educación, el insulto y la mentira se han convertido en comida habitual para la mayoría de españoles. Desayunamos con bulos, almorzamos con infundios, merendamos con difamaciones y nos acostamos envueltos en un torbellino de insultos y descalificaciones que hacen difícil conciliar el sueño, incluso respirar. El Partido Popular, Vox es un accidente temporal, decidió desde los tiempos de Aznar, que su única manera de estar en política es ejerciendo el poder, poder que ya tiene en el judicial, empresarial y mediático. De otro modo, la única estrategia que sabe poner en práctica desde la oposición es la del insulto, la calumnia y la bronca permanente, hasta crear un clima de hastío que nos haga pensar a todos que la única forma de volver a la normalidad sea dejarlos gobernar eternamente.

La parada de Sánchez tiene que servir para que todos reflexionemos, para que analicemos de verdad cuales son las raíces y las razones para ese odio cada vez más palpable

El Partido Popular es hijo de la dictadura franquista, que a su vez lo era del antiguo régimen, de los antiguos modos, del privilegio y el abuso. Hay un sector muy amplio dentro de la dirección y las bases de ese partido que no creen en la democracia, que piensan que el sistema parlamentario sólo es válido cuando ellos obtienen mayorías suficientes. De ahí, la soberbia, la altanería, la arrogancia y el odio que se desprenden de la mayoría de las intervenciones de sus representantes en el Congreso. No hay ni una sola propuesta de políticas alternativas, no hay programa que explicar, ni siquiera se pregunta al ministro de Economía por cuestiones trascendentales para el país, sólo trifulca, jaleo, mentiras. Puesto que el programa electoral no lo tienen que explicar dado que todo el mundo sabe que consiste en privatizar servicios públicos, aprovechar los presupuestos para fines particulares, recortar prestaciones y derechos, fomentar la especulación y aumentar la represión, el único objetivo que tienen en la oposición es señalar al enemigo a batir por todos los medios posibles, sean estos legales, sean ilegales y contrarios a los principios éticos más elementales.

Como decía Ian Gibson días atrás, España tiene la desgracia de contar con la derecha más salvaje de Europa, una derecha que no responde a la oleada reaccionaria que invade un mundo lleno de incertidumbres y de ignorancia, moldeado por las redes sociales y los dispositivos móviles, por el gran capitalismo que hace tiempo abominó de la democracia a la que no necesita para nada, sino que viene de su propio origen, de su concepción de España como algo patrimonial cuyas esencias, tradiciones, símbolos, modos de vida y riquezas le pertenecen en exclusiva, por derecho propio, por estirpe, por historia. A los otros, a los demás, a quienes piensan de otra manera, sólo les queda adaptarse a un medio inmutable o callar.

El Partido Popular es hijo de la dictadura franquista, que a su vez lo era del antiguo régimen, de los antiguos modos, del privilegio y el abuso

Durante estos días he oído decenas de interpretaciones a la pausa reflexiva anunciada por Pedro Sánchez, que si era una treta para provocar el apoyo de la ciudadanía, que si un truco más para satisfacer el narcisismo del presidente, que si un ardid para llamar la atención o presentarse como víctima, también que si debido al clima irrespirable en el que se ha convertido la política española, Sánchez había colapsado y entrado en una situación emocional grave. Desde el primer momento fui consciente de que la carta del presidente la había escrito él o alguien muy cercano, por como está redactada fuera de los convencionalismos de los comunicados oficiales, por los motivos que expone y cómo los expone y por lo que pide a los ciudadanos, que no es otra cosa que nos detengamos a considerar si es posible seguir viviendo en este clima de odio y mentira, de bulos, infundios y descalificaciones, de mala educación y bellaquería. Y creo que no lo es, que hemos llegado al límite, que hay que mandar parar, que el paso siguiente a este clima es la violencia, la violencia que ya vimos esbozada en la calle Ferraz en las últimas semanas del año pasado, una violencia irracional que no responde al buen o mal gobierno de Sánchez sino al odio que sale de las vísceras, que no pasa ni por la cabeza ni por el alma, un odio destructor incubado durante décadas en determinadas familias, círculos y medios, y que gracias a las redes sociales, a una parte de la prensa digital y al aumento de la masa acrítica se ha extendido a amplísimas capas de la población, a la que ya no importa la decencia, ni la bonhomía, ni la justicia, ni los problemas comunes a todos, sólo su yo personal.

El Partido Popular, Vox es un accidente temporal, decidió desde los tiempos de Aznar, que su única manera de estar en política es ejerciendo el poder, poder que ya tiene en el judicial, empresarial y mediático

De un modo u otro, la parada de Sánchez, que seguirá siendo insultado y vilipendiado hasta que de verdad no pueda más, tiene que servir para que todos reflexionemos, para que analicemos de verdad cuales son las raíces y las razones para ese odio cada vez más palpable en redes y en la calle cuando España ha acrecentado los derechos de sus ciudadanos, goza de un crecimiento económico mayor que los países más desarrollados de Europa y siempre fue un país solidario. Es evidente que hay problemas y que la revolución digital que está teniendo lugar nos traerá más, que la guerra vuelve a adueñarse de las relaciones internacionales, que las privatizaciones están desarbolando la Sanidad, la Educación y las Dependencias, que vamos hacia una sociedad cada vez más envejecida, pero también que fomentando el odio, que inventando enemigos a los que cortarles la cabeza después de haberles amputado los brazos y los pies, sólo se va al más triste de los destinos, al lugar al que ninguna persona que se considere humana puede consentir que vayamos. Ya tenemos mucha experiencia en ese sentido, no hace falta volver de nuevo al camino de la barbarie. Pensemos, reflexionemos y detengamos esta campaña insoportable de inquina y rencor. No hay motivos ni los habrá.

La política del fango y la mala educación